"Señor... encumbraste tu amor, que no tiene tasa,
y ordenaste por modo admirable cómo, aunque te
fueses al cielo, estuvieses acá con nosotros; y esto
fue dando poder a los sacerdotes para que con las
palabras de la consagración te llamen, y vengas tú
mismo en persona a las manos de ellos, estés allí
realmente presente, para que así seamos participantes
en los bienes que con tu Pasión nos ganaste;
y le tengamos en nuestra memoria con entrañable
agradecimiento y consolación, amando y
obedeciendo a quien tal hazaña hizo, que fue dar
por nosotros su vida.
La intención del Señor ésta fue; y la misa representación
es de su sagrada Pasión de esta manera:
que el sacerdote, que en el consagrar y en los vestidos
sacerdotales representa al Señor en su
Pasión y en su muerte, que le represente también
en la mansedumbre con que padeció, en la obediencia,
aun hasta la muerte de cruz, en la limpieza
de la castidad, en la profundidad de la humildad,
en el fuego de la caridad que haga al sacerdote
rogar por todos con entrañables gemidos, y
ofrecerse a sí mismo a pasión y muerte por el
remedio de ellos, si el Señor le quisiere aceptar.
Y, en fin, ha de ser la representación tan verdadera,
que el sacerdote se transforme en Cristo, y, como
San Dionisio pone, en semejanza de uno; siendo
tan conformes, que no sean dos, mas se cumpla lo
que San Pablo dice: Qui adhaeret Deo, unus spiritus
est. Esta es la representación de la sagrada
Pasión que en la misa se hace; y esto significa
tender los brazos en cruz el sacerdote, el subirlos y
bajarlos, sus vestiduras, y todo lo demás. Y con
esta representación, el Eterno Padre es muy agradado,
y el Hijo de Dios bien tratado y servido"
(Tratado del Sacerdocio 25 y 26)